La seguridad de lo que yo soy, no la debo esperar de la valoración de los demás. La vida debe tener un sentido en sí mismo, con independencia de las circunstancias de cada de momento y de los lugares de dónde venimos, de las dificultades y la decepción.
Lo que importa es el lugar al que vamos, porque todo en la vida se mueve, va hacia delante.
Es imprescindible tener un proyecto de vida. Este proyecto de vida se puede basar en la creatividad, en la realización de alguna misión o tarea, o en el amor. Preferentemente, en una combinación de todas ellas. Pero en este proyecto también debe considerarse la presencia del sufrimiento inevitable, al que se debe dar un sentido para poder soportarlo. Ese sentido puede encontrarse en el aprendizaje que toda situación nueva conlleva, y en saber llevar ese sufrimiento con dignidad.
La esperanza en el futuro, creer que nos espera nuestro proyecto, que hay algo que sólo nosotros podemos hacer o enseñar, que hay alguien que nos quiere y nos espera, es una luz en ese valle de sombras.
Sin embargo, el sufrimiento, muchas veces, no procede de fuera más que indirectamente, y lo que nos hace sufrir es la percepción interna de ese sufrimiento, que nos puede sumir en un bucle de oscuridad mucho más tenebroso que las causas que lo propiciaron.
La mente es un lugar maravilloso, pero también uno peligroso. En cada uno de nosotros anida la bondad y la maldad, la luz y la locura.
Este otro sufrimiento ‘perceptivo’, corto de miras, egocéntrico y neurótico, no tiene sentido. Refleja miedo, cobardía e indecisión a la hora de afrontar la realidad de nuestra vida, nuestra realidad de persona desnuda ante la vida y ante nosotros mismos. Es un sufrimiento fuera de proporción con las causas que lo motivaron.
Para superarlo, debemos sincerarnos con nosotros mismos. Definir qué tipo de persona queremos ser. Después, actuar en consecuencia. Conforme más nos metamos en ese ‘papel’, mejor lo haremos, y de su mano iremos recibiendo refuerzos personales, tanto de fuera como desde dentro. Hasta que el canon que buscamos, y nosotros mismos, sean prácticamente una misma cosa.
Debemos imaginar ese ‘yo’ ideal; esa persona que habita dentro de nosotros y tiene un potencial de existencia, avanzar hacia él y ayudarle a ser. Sublimar el pequeño “diamante en bruto” que cada uno de nosotros alberga en su interior.
Tenemos una responsabilidad con la vida, no al revés. No elegimos nacer ni nuestras circunstancias en la vida. Pero si en la existencia no domina el sinsentido, sino el propósito, entonces estamos aquí por algo, por alguien. No se trata de realizar una acción heroica o componer una obra maestra. Pero todos vivimos y nos interrelacionamos con otras personas, con el mundo y su creación.
Tenemos miles de oportunidades, millones, a lo largo de nuestra vida de hacer el bien, aportar luz, acompañar, cuidar, iluminar la existencia ajena.
Pequeños gestos, pequeñas cosas diarias que tienen una influencia en los demás y en lo que nos rodea, y que todas juntas, crean un clima sereno, apacible, donde se está bien.
Cada persona es única. Tenemos este poder individual de iluminar y acompañar, de crecer, aprender y amar, de aprovechar nuestro tiempo aquí. Porque por más que lo despreciemos o desperdiciemos, tiene fecha de caducidad.
Ojalá el momento de la muerte nos reciba con la convicción de no haber vivido una vida en vano, abandonada a la desesperación, enfocada en nuestras pequeñas miserias y dificultades –que seguramente no son peores que las de muchas personas y nuestro egoísmo.
Ojalá pueda decir: ‘mi vida no ha sido vana’. En vez de lamentarnos, odiar, preocuparnos, malgastar la vida en rincones sucios, debemos levantarnos y caminar, desde el agradecimiento por lo mucho que somos y tenemos, por haber tenido la oportunidad de experimentar la existencia, tener siempre presente el sentido de responsabilidad que nos pide la vida y saber vivirla bien.
(*) Autor: M. Strangways
Fuente: Mirador Latinoamericano, el blog de Johnny Wollstein Mendoza.
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